ENTRANDO EN JERUSALEN
Cuando se escriben biografías o semblanzas de grandes personajes de la historia, el grueso de ellas está puesto en el enfoque de su vida y obra, de su muerte sólo se anotan algunas frases. Sin embargo, con Jesús pasa totalmente lo contrario, los cuatro evangelios que relatan su última semana, pareciera que hubiesen puesto la cámara lenta para enfocar minuciosamente cada detalle de esos días que lo condujeron al martirio, agonía, muerte y resurrección. Esta forma de relato hace únicos a los evangelios entre todos los libros seculares o religiosos del mundo.
Es interesante observar que Jesús preparó cada detalle para ese domingo. Envió a sus discípulos a traer una burrita que previamente había acordado con su dueño.(Mt.21:1-3) ¿Por qué lo hizo? Para cumplir la profecía de Zacarias hace 500 años atrás acerca del rey de Jerusalén que decía: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Digan a la hija de Sion: He aquí, TU REY viene a ti, manso, y sentado sobre una burra, sobre un burrito, hijo de animal de carga. Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron la burra y el burrito, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima” (Mateo 21:4-7).
Por tres kilómetros, los que separaban Betfagé de Jerusalén, una multitud lo aclamaba y vitoreaba: “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. 9 Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:8,9). Las expresiones "Hossana al Hijo de David" y "Hossana en las alturas", eran abiertamente mesiánicas que en arameo significaba "Sálvanos te lo pedimos" y Jesús las aceptó de buena gana, cosa que nunca había permitido antes. Incluso cuando los celosos fariseos trataron que hiciera callar a la gente, él les dijo: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían" (Lucas 19:40). Es muy posible conjeturar que muchos de esa multitud veían en Jesús al Mesías esperado que los llevaría a reverdecer las viejas glorias militares de Israel, y los liberaría del odioso yugo romano.
Jesús sabía perfectamente que su entrada en Jerusalén marcaba el preámbulo de su muerte. Sus discípulos, en cambio, no tenían la más mínima idea, y sus conjeturas iban más bien por el lado de calcular los beneficios que implicaría para ellos que su maestro fuera el Mesías prometido. Juan, en su evangelio, confiesa que ellos no entendieron lo que estaba sucediendo con aquella entrada triunfal, y lo describe así: “Al principio, sus discípulos no entendieron lo que sucedía. Sólo después de que Jesús fue glorificado se dieron cuenta de que se había cumplido en él lo que de él ya estaba escrito”. (Juan 12:16).
La multitud, que se arremolinaba junto a Jesús, era muy numerosa debido a que venían a celebrar la Pascua que recordaba la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto y donde se sacrificarían los corderos ordenados por la Ley. Lo que no sabían, era que ahora el verdadero cordero de Dios sería sacrificado.
La escena de Jesús montado en la burrita mientras la multitud le vitoreaba, tenía dos matices: el matiz humano por un lado, que mostraba a una muchedumbre enfervorizada que le acompañaba cantando y alabándole, y por el otro, aquel matiz íntimo que no era visible para esa muchedumbre no pensante, y que mostraba al Señor Jesús consciente de lo que estaba viviendo y que en un momento, al observar la ciudad de Jerusalén, llora (Lucas 19:41) mientras mira esos rostros que ahora le están vitoreando, pero que en una semana más estarán gritando que le crucifiquen. ¿Qué poder movía al Señor para seguir adelante, sabiendo y conociendo el sucio y voluble corazón humano?,¿Qué sustentaba su determinación? La respuesta es una sola: su amor hacia esos que estaban perdidos y que vagaban sin rumbo.
Y es que el amor es más que un mero sentimiento que desaparece como el enamoramiento, el amor es la vida que mueve todo cuanto existe, por eso es que Dios no tiene, ni siente amor, Él es amor. Sólo eso podía hacer posible este drama cósmico que se estaba llevando a cabo, donde el Creador del universo, el que formó cada planeta y llama a las estrellas por su nombre, estuviese ahora llorando en la soledad interior más absoluta, pues ninguno entendía lo que iba a hacer.
Fue su inmenso amor; más grande que el dolor que sufrió, que perdonó la traición y el abandono de sus íntimos, el desprecio y el juicio inmisericordes de los demás, lo que lo movía. Fue su amor el que pudo decir, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Luc.23:34), aunque quizás estaba mirando a aquel que con el martillo levantado golpeaba el clavo que lo traspasaba. Fue su amor el que derramó sobre ese populacho que un día pensaba una cosa y luego otra, y a pesar de eso no abrió su boca ni se defendió. Fue su amor que no cambia, que sigue rescatando al que no sabe que está muriendo en su ignorancia, dureza de corazón y orgullo. Fue ese amor que lo encaminó a la cruz del Calvario el que sigue derrochando sobre nosotros hoy. ¿Por qué lo hace si no somos tan distintos de aquellos que lo vitoreaban y luego lo crucificaban? Porque quiere que entendamos que la única manera real de vivir es conectados a la Vid, sólo así el fruto del amor se desarrollará y podremos vivir en Su amor y sin temor. Sólo Su amor puede despertarnos del letargo para poder vivir la vida abundante prometida en forma real.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que el él cree, no se pierda, más tenga vida eterna".(Juan 3:16)
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