SU ENTRADA TRIUNFAL





Hace más de dos mil años atrás, Jesús entró triunfalmente en Jerusalén en medio de la aclamación del pueblo (Mt.21:8,9), pero esa manifestación de alabanza era por motivos egoístas, pues pensaban que Jesús, era el Mesías esperado que los libertaría políticamente del yugo romano. 

Ni siquiera sus discípulos entendieron que entrara humildemente sentado en un burrito, pues ellos también pensaban que al estar al lado de Jesús, tendrían puestos de importancia en el gobierno que esperaban. 

Luego de Su resurrección, recién fueron capaces de entender que efectivamente Jesús entró en Jerusalén como Rey, como el Mesías profetizado, pero no como un caudillo político, sino como el verdadero cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo (Juan 1:29). Así lo registra retrospectivamente Mateo: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Digan a la hija de Sion, TU REY viene a ti, manso y sentado sobre una burra, sobre un burrito, hijo de animal de carga" (Mateo 21:4,5). Juan también dice: "Al principio, sus discípulos no entendieron lo que sucedía. Sólo después de que Jesús fue glorificado se dieron cuenta de que se había cumplido en él lo que de él ya estaba escrito" (Juan 12:16). 

¿ENTENDEMOS NOSOTROS SU ENTRADA TRIUNFAL?

En esta Semana Santa, debiéramos preguntarnos: ¿Entendemos nosotros Su entrada triunfal, o es un simple acto religioso que hay que conmemorar? ¿Entendemos que todo eso que ocurrió, fue también un símbolo de su entrada en nuestro corazón? Una entrada cuidadosamente preparada por Él y que echa por tierra todas nuestras ideas y creencias religiosas acerca de Él. 

Jesús no vino para bendecirnos y darnos una vida sin problemas. tampoco vino para hacer milagros ante nuestros caprichos y fracasos. No vino a evitar que sufriéramos, ni para evitarnos el dolor. Él vino para introducirnos en Su reino de amor y para que le conozcamos, no sólo de oídas, sino por experiencia (Mt.7:22,23).

Cuando Jesús entra en nuestro corazón, lo hace como Rey, Soberano y Dueño absoluto, pues pagó el precio por nosotros para darnos salvación eterna, mediante Su sangre derramada en la cruz. Ante Jesús el Señor, debiéramos postrarnos con lágrimas de agradecimiento y obedecer Su voluntad sin chistar, pues todo  lo que permite, lo bueno y lo malo, tiene propósito para vida eterna. ¡Gracias Señor Jesús por tu gran amor!

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