JESÚS TOMÓ MI LUGAR


Una de las escenas más claras del amor sacrificial y sustitutivo de Jesús, lo encontramos en una persona que no lo seguía, y que por el contrario era un criminal condenado a morir crucificado por sus crímenes ese día Viernes, su nombre: Barrabás. 

No obstante, ese día ocurrió algo inesperado para él: Pilato, buscando liberar a Jesús —a quien sabía inocente— ofreció al pueblo una elección entre Jesús de Nazaret y Barrabás, pensando que la gente se inclinaría por el inocente. El pueblo, incitado por los líderes religiosos, clamó por la libertad de Barrabás, gritando “¡Suelta a Barrabás!” (Lucas 23:18). Y así, el inocente fue condenado, y el culpable fue liberado. Cristo tomó el lugar de Barrabás.

De esta manera tan dramática, se reveló el corazón mismo del Evangelio: Jesús, el Cordero sin mancha, toma el lugar de los culpables. Barrabás no merecía el perdón, no lo pidió, no lo buscó… pero lo recibió. Y eso nos representa a todos nosotros. Tú y yo somos Barrabás. Estábamos condenados por nuestro pecado, sin esperanza, merecedores del juicio, pero Jesús tomó nuestro lugar.

Isaías lo profetizó siglos antes: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

La cruz no fue un accidente, fue el plan eterno de redención. En esa cruz, Jesús llevó nuestros pecados, nuestras culpas, nuestra vergüenza. Él murió por nosotros y en lugar de nosotros.

Pero el Evangelio no termina en la tumba. El domingo resucitó. Y con su resurrección, Dios selló el triunfo definitivo sobre el pecado, la muerte y el infierno. La resurrección es la proclamación celestial de que el sacrificio fue aceptado, de que el precio fue pagado en su totalidad, y que ahora las puertas de la eternidad están abiertas para todo aquel que cree.

La historia de Barrabás nos recuerda que la salvación no se gana, se recibe. No es fruto de nuestros méritos, sino del amor inmerecido de Dios. Cristo no murió por los justos, sino por los pecadores (1 Timoteo 1:15). Y así como Barrabás fue liberado, nosotros también podemos serlo, si ponemos nuestra fe en Jesús.



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