EL SAMARITANO
La parábola del "buen samaritano", es una enseñanza clásica de la Biblia donde el Señor Jesús ejemplificó magistralmente la diferencia entre el amor genuino y la religiosidad.
En ella se nos muestra a un hombre que fue asaltado, robado y golpeado casi hasta la muerte, y que fue arrojado al lado del camino. Al rato pasó por allí un sacerdote - ¡La persona más adecuada para ayudar a un herido! - pero éste al verle, siguió de largo. Más tarde apareció un levita - ¡otro hombre de Dios que sí ayudará al desventurado! - pero también lo vio y siguió su camino. Cuando las esperanza de ayuda comenzaba a esfumarse, apareció un samaritano - en el contexto cultural de la época, era la persona menos indicada para ayudar a alguien, pues le se menospreciaba y se le juzgaba como una persona de segunda clase, despreciada y poco espiritual - que se acercó al moribundo, y la Biblia dice que "lo vio se compadeció de él, curó sus heridas, las vendó, lo subió a su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó" (Lucas 10:34)
Es muy notorio que el Señor pone deliberadamente como ejemplo de compasión y de amor, a un samaritano, una persona considerada impura y rechazada por los religiosos, pero que deja en evidencia al sacerdote y al levita - representantes de la religión institucional - por su carencia total de amor.
VASIJAS RESTAURADAS
De esta manera, Jesús enseña que sólo el amor de Dios puede mover a una persona a ver a otra como el prójimo, y eso fue lo que hizo el "despreciable" samaritano, y que no hicieron el "irreprochable" sacerdote, o el "espiritual" levita.
La persona que vive el amor de Dios como un fruto espiritual, y que ha experimentado como el Señor ha unido los pedazos rotos de su vida y no lo ha despreciado, es aquella que podrá compartir el amor genuino, pues sólo se da lo que se tiene. Y ese amor es lo único que puede restaurar a una persona rota por fuera y por dentro. Por eso el Señor nos dice: "En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tuvieran amor los unos por los otros" (Juan 13:3)
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