EL REY ENTRA EN JERUSALÉN

 


Hace más de dos mil años atrás, Jesús entró triunfalmente en Jerusalén. En ese trayecto de unos tres kilómetros desde Betfagé (Mt.21:1-3)  hasta la ciudad santa, se fueron añadiendo muchas personas que habían peregrinado para celebrar la Pascua judía. Así registra Mateo esa escena: “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. 9 Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:8,9)

Para los historiadores, el detalle de los que tendían mantos y las ramas de palma, mostraba que muchos de aquella multitud veía en Jesús, al caudillo político militar que los liberaría del yugo romano. La ramas de palma era el símbolo que usaban los zelotes, quienes eran un grupo nacionalista revolucionario.
Otros en cambio, lo aclamaban con  expresiones tales como:  "Hossana al Hijo de David", "Hossana en las alturas", que eran abiertamente mesiánicas y que en arameo significaban  "Sálvanos te lo pedimos". También decían; “Bendito el que viene en el nombre del Señor” sacada del Salmo 118:26. Sin duda, la multitud veía en Jesús, al Mesías esperado que por fin los llevaría a las viejas glorias de Israel y los liberaría definitivamente de Roma.

Pero todos ellos estaban equivocados.

Por otro lado, la casta religiosa veía con recelo aquel espectáculo multitudinario en honor de Jesús, que a diferencia de otras ocasiones, él aceptaba con regocijo. Y fue tanta la molestia de los fariseos, que lo increparon con las siguientes palabras: "...Maestro, reprende a tus discípulos."  No obstante, el Señor les responde lo siguiente: El, respondiendo, les dijo: Les digo que, si éstos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:39,40).

Con esa respuesta de Jesús, el Señor dejaba muy en claro, que Él estaba entrando en Jerusalén como Rey, como el Mesías profetizado, pero no como un caudillo político, sino como el verdadero cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo (Juan 1:29). Lo triste es que ninguno de sus discípulos entendió lo que estaba ocurriendo. Eso lo comprendieron mucho tiempo después. y así lo registra retrospectivamente Mateo: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Digan a la hija de Sion, TU REY viene a ti, manso y sentado sobre una burra, sobre un burrito, hijo de animal de carga" (Mateo 21:4,5). Juan también dice: "Al principio, sus discípulos no entendieron lo que sucedía. Sólo después de que Jesús fue glorificado se dieron cuenta de que se había cumplido en él lo que de él ya estaba escrito" (Juan 12:16). 

¿ENTENDEMOS NOSOTROS SU ENTRADA TRIUNFAL?

Y la pregunta que debemos hacernos es: ¿Lo entendemos nosotros? ¿Entendemos que la entrada de Jesús en Jerusalén es un símbolo de su entrada en nuestro corazón? Una entrada preparada por Él cuidadosamente y que echa por tierra todos nuestras ideas y creencias religiosas acerca de Él. 

Jesús no vino para bendecirnos y darnos una vida sin problemas. no vino para hacer milagros ante nuestros caprichos y fracasos. No vino a evitar que sufriéramos. Él no vino para estar a nuestro servicio como el genio de la lámpara. 

Jesús es nuestro Rey, que nos introduce en Su reino de amor. Además, es nuestro Soberano y Dueño absoluto, pues pagó con Su sangre en el calvario, nuestra salvación eterna. Ante Él solamente debiéramos postrarnos con lágrimas de agradecimiento y obedecer Su voluntad sin chistar, pues TODO lo que permite, tiene propósito.

¡Gracias Señor Jesús por tu gran amor!




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