EL REINO DE ESPAÑA Y EL REINO DE LOS CIELOS
El 2 de agosto de 1492, el genovés Cristóbal Colón (1451-1506), financiado por el Reino de España, partió con tres carabelas desde el Puerto de Palos, en una aventura no exenta de complicaciones. Durante el viaje, hubo varios intentos de motín debido a las dudas de los oficiales, pues pasaban los días, las semanas, meses y sólo veían mar. Pero la mañana del 12 de octubre del mismo año, el vigía Rodrigo de Triana anunció la presencia de tierra en el horizonte. Cuando desembarcaron en aquella playa desconocida, encontraron bosques exuberantes y nativos que les recibieron pacíficamente.
A su regreso a España, Colón fue considerado un héroe. Volvió a esa nueva tierra, que más tarde la llamarían América, en tres oportunidades, antes de ser puesto en prisión a causa de intrigas políticas.
EL REINO DE ESPAÑA
Cuando Colón llegó a esta nueva tierra, concretamente llegó "el reino de España", es decir, llegó una nueva forma de vida que implicaba, entre otras; obediencia al rey, nuevas leyes, costumbres e idioma distintos, una cultura religiosa absolutamente diferente, es decir, una cosmovisión totalmente distinta a la de los locales. Sumado a todo esto, también llegaron las enfermedades, vicios, atropellos y atrocidades perpetradas por los españoles. Es decir, todo cambió y por lo tanto, hubo una vida antes de los españoles y otra después.
EL REINO DE DIOS
Guardando todas las diferencias con el ejemplo del reino español, cuando el Señor Jesús dice; "el reino de los cielos ha llegado" (Mt.4:17), implica que cuando Él arriba a nuestra vida, el cambio positivo en nuestra manera de vivir debiera ser notoria, pues ahora Él señorea en nuestro ser. El problema es que hemos hecho de este evento espiritual, una religión llena de ritos y buenas intenciones, pero sin transformación interior. Y así como un reino tiene leyes que deben obedecerse, el "Sermón de la Montaña" (Mt.5-7), es la carta magna que debiéramos obedecer, por amor y no por temor.
La llegada del reino de Dios a nuestras vidas, debiera notarse por un cambio total de vida (que nada tiene que ver con religiosidad), es decir, debiéramos mostrar un "Antes de Cristo y un Después de Cristo" en nuestra manera de vivir. El propósito de Dios, es que podamos decir, al igual que el apóstol Pablo: "Ya no vivo yo, es Cristo quien ahora vive en mí" (Gal.2:20)
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