Cuando en el siglo 19, el filósofo ateo Friedrich Nietzsche escribió su recordada frase: "Dios ha muerto", se refería al creciente ateísmo que surgió durante el siglo 18, con el movimiento llamado la Ilustración, donde sus exponentes se jactaban que "la ciencia, la razón y el progreso dejaban atrás la anticuada y primitiva idea de Dios, y entronizaban al hombre como centro de todo".
No obstante, con el pasar del tiempo, la misma ciencia está demostrando la equivocada aseveración de Nietzsche.
En una investigación llevada a cabo por la National Geographic, los investigadores se han sorprendido al observar que la creencia en Dios está conectada directamente al cerebro humano.
En dicho estudio, el neurólogo Shahenn Lakhan, señala: "Los psicólogos y antropólogos han llegado a considerar que en cada persona hay una cierta concepción de Dios. Los evolucionistas lo atribuyen al sentido innato que evolucionó creando patrones de supervivencia, cuando debían escapar para preservar sus vidas de los depredadores. La noción creacionista en cambio, se da cuenta que en cada ser humano, está la noción de una "supersensación cognitiva" o una tendencia a darse cuenta de la presencia del bien o el mal".
Esta última declaración, es apoyada por uno de los pioneros de la llamada "neuroteología", el doctor Andrew Newberg, quien llevó a cabo varios estudios sobre el cerebro, evaluando lo que sucedía a personas que oraban profundamente o meditaban. Observó profundos cambios, por ejemplo, en las personas enfermas, que después de ocho semanas de profunda oración, tenían una mejoría de alrededor de 10 a 15 por ciento. Y él decía: "Estos resultados fueron sólo después de ocho semanas, unos 15 minutos por día, por lo que se puede imaginar los cambios profundos que ocurrirían en personas que tienen una profunda relación con Dios, y que practican esta contemplación profunda durante horas, y a través de los años".
Cómo una forma de preservar sus hallazgos, el doctor Newberg, ha escrito varios libros, entre ellos se cuentan: "Cómo Dios cambia tu cerebro", "¿Por qué creemos lo que creemos?" y "Por qué Dios no va a desaparecer".
OPINIÓN DE UNA ATEA
En un artículo publicado para el Washington Post, la escritora Elizabeth King - declarada atea - señalaba lo siguiente: "Soy atea, pero ¿Por qué razón no me puedo sacar a Dios de la cabeza? Me resulta bastante difícil creer en nada, cuando la mente está "cableada" para la fe. La idea de Dios me molesta, pues me hace pensar que no soy tan atea como me gustaría pensar que soy. Tal vez estoy teniendo inconscientemente miedo al infierno, y quiero ir al cielo cuando muera. Es confuso y frustrante sentir la presencia de alguien en quien no se cree. Esto se agrava por el hecho, que el carácter de Dios se muestra a menudo cuando estoy más frustrada". Cabe destacar que esta escritora, de pequeña asistió a la iglesia, y en su juventud se alejó completamente de Dios.
NUESTRO CEREBRO ESTÁ DISEÑADO PARA CREER EN DIOS
Una vez más, la ciencia está probando lo que la Biblia dice en la carta a los Romanos: "Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se los manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" (Rom. 1:19 y 20)
George Lematrie (1894-1996) Físico y padre de las teorías sobre el origen del universo, dijo lo mismo que Pablo, pero de esta manera: "Dios está en el principio de la reflexión de un creyente y al final de las investigaciones de un científico".
Dios nos creó, no para que nos contentemos con la religiosidad, sino para que le conozcamos íntimamente, y por ello nos ha dotado de un cerebro que cuando lo sintonizamos con Él en el silencio de la contemplación, vamos siendo transformados por Su amor.
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