VIENDO A DIOS A TRAVÉS DE LAS LÁGRIMAS
El poeta y dramaturgo francés Víctor Hugo escribió esta interesante frase: "Los ojos no pueden ver bien a Dios, sino a través de las lágrimas". Dando a entender, que el dolor nos prepara para conocer más profundamente a Dios.
Mismo concepto que C.S. Lewis expresa en su libro "El problema del dolor", cuando en una de sus páginas, escribe: "No creo que Dios quiera exactamente que seamos felices, más bien quiere que seamos capaces de amar y de ser amados. Quiere que maduremos, y creo que porque Dios nos ama, nos ha concedido el don de sufrir; dicho de otro modo; el dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos, porque somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la figura del hombre y la mujer, con golpes del cincel que nos duelen, pero que también nos hacen más perfectos".
PEDRO
Un buen ejemplo, de cómo el dolor es usado por Dios para despertarnos a la realidad espiritual, es la que nos presenta la Biblia en la figura del apóstol Pedro, quien en la última cena, se jactó que jamás negaría al Señor y que incluso estaría dispuesto a dar su vida por él. No obstante, unas horas más tarde lo estaba negando, no una, sino tres veces tal y como el Señor se lo había dicho. El evangelio de Lucas relata así el dramático momento en que lo niega por tercera vez: "Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces, Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lucas 22:60 - 62)
La mirada de amor del Señor lo desarmó, y Pedro debió salir del recinto donde se hallaba, para llorar, pero no un llanto cualquiera, él lloró "amargamente". Un llanto que salió de lo profundo de su alma, lleno de dolor y quebranto interior al darse cuenta de lo que había hecho. Aun así, Dios inició un proceso de transformación profundo en Pedro, quien necesitó pasar por el dolor, el quebranto y su fracaso personal, para comenzar a ver al Señor en toda su magnificencia y deidad, así como también pudo verse a sí mismo como un religioso orgulloso, falente y en bancarrota espiritual. El quebranto del llanto amargo, fue el punto de inflexión para un nuevo Pedro, que no sólo fue capaz de predicar tiempo después, lleno del Espíritu Santo, al mismo Jesús que había negado, y que trajo multitudes a Sus pies, sino que también en su vejez, murió crucificado boca abajo por Él.
¿Será que las lágrimas son las palabras que el corazón no puede decir, pero que Dios entiende? Por eso, en el sufrimiento y en el quebranto, es cuando hay que aferrarse con toda el alma a la Vid Verdadera.
Sólo mediante golpes de cincel y martillo al bloque de mármol, es que puede aparecer la obra que el escultor tienen en mente. Si Dios está permitiendo el dolor en nuestra vida, es porque Él sabe la obra que está creando para Su gloria.
"Bienaventurado los que lloran, porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5:4)
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