EL DEPORTE MÁS PRACTICADO NO ES EL FUTBOL, ES CULPAR A OTROS
Cuando Adán y Eva pecaron en el jardín del Edén, lo primero que hicieron fue tratar de esconderse de Dios...¡cómo si eso fuera posible! (Génesis.3:8). Luego, cuando fueron interrogados acerca de la desobediencia que habían cometido al directo mandato de no comer el fruto prohibido (Génesis.3:11) , el hombre culpó a Eva e indirectamente a Dios al decir: "la mujer que me diste por compañera, ella me dio del árbol, y yo comí". (Génesis.3:12). Y cuando la mujer fue interpelada, ella culpó a la serpiente (Génesis. 3:13). En conclusión, ninguno de ellos era culpable de la desobediencia, sino que otro era el culpable de sus acciones. Es más, por sus respuestas nos damos cuenta que más bien ellos se consideraron víctimas...y el resto de la historia es de todos conocida.
Tristemente, esa actitud facilista de culpar a otros, quedó grabada de manera indeleble en la raza humana hasta el día de hoy.
CULPANDO A OTROS NO APRENDEMOS NADA
Uno podría pensar que una persona cristiana, que conoce la historia del Génesis, y que además asegura haber "nacido de nuevo", aprendió la lección de no culpar a otros y que se responsabiliza de sus actos, como también de sus consecuencias, pero infelizmente no es así, sigue siendo más fácil caer en el engaño de encontrar culpables y así victimizarse.
Es triste encontrar personas que siguen culpando a otros por sus malas decisiones del pasado, y que continúan atadas al resentimiento y a la falta de perdón. Y lo que resulta peor, es que en su ceguera espiritual se siguen considerando buenos cristianos porque asisten regularmente al templo y contribuyen económicamente.
El gran problema es que con esa actitud egocéntrica nada se aprende, y es imposible madurar espiritualmente, pues el crecimiento espiritual implica hacernos cargo de nuestra cuota de culpa. Adán y Eva, no sólo no reconocieron su culpabilidad, sino que además perdieron la bendición de la presencia de Dios en sus vidas.
Es vital reaprender que frente a Dios no somos víctimas, somos culpables de las decisiones que tomamos y de las consecuencias de estas. Y por tanto, todo nuestro esfuerzo debe estar encaminado en restaurar nuestra relación con Él, pues es el único que conoce y puede sanar nuestro corazón engañoso. Gastar el tiempo en buscar culpables, tratando de lavar nuestra imagen, demuestran nuestro egocentrismo y nuestro precario nivel espiritual.
NO SOMOS JUECES, NI SOMOS VICTIMAS
Por otro lado, debemos aprender que es imperioso abandonar el papel de juez, pues la persona o las circunstancias que (según nuestro parecer) nos llevaron a tomar malas decisiones, serán juzgadas por Dios y no por nosotros.
Por eso el Señor Jesús nos recuerda algo que se nos olvida con demasiada frecuencia: "No juzguen, para no ser juzgados, porque con el juicio con que juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, serán medidos" (Mateo 7:1-3). Nosotros no hemos sido llamados a ser jueces. Por eso es vital hacer un ejercicio introspectivo, y si nos damos cuenta que nos resulta fácil apuntar con el dedo acusador a otros, es preciso entender que esa es una señal inequívoca que nuestra relación con Dios no es lo que imaginábamos y que hemos estado viviendo en desobediencia.
Cuando un verdadero cristiano peca, pide perdón, y se arrepiente, no busca victimizarse ni busca culpables, sino que pone todo su esfuerzo en restaurar su relación con Dios, pues busca aprender la lección,
Cuando un religioso peca, como buen religioso sabe que tienes que "arrepentirse y perdonar", pero lo hace solamente de labios y para "cumplir", pero sin ningún cambio interior, pues sigue victimizándose y hablando mal de los supuestos culpables de su desdicha. Lo peor de todo, es que al vivir así, demuestra que sigue atado, y sus palabras delatan lo que realmente está en su corazón, y por cierto, no puede crecer espiritualmente, pues vive en desobediencia a Dios. Es del todo recomendable tomar en serio las palabras de nuestro Señor Jesús dijo; "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos". (Mateo 7:21) "El que me ama, guardará mi palabra (Juan 14:23)
Cuando nuestro Señor Jesús nos llama a ser Luz y Sal, nos está llamando a ser protagonistas, no víctimas. Por tanto, no perdamos el tiempo y nuestra energía vital en encontrar culpables, más bien enfoquemos en sanar interiormente y "vivir en aquellas obras que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas". (Efesios 2:10)
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