LA BIBLIA, UN LIBRO QUE TRANSFORMA VIDAS – DE ATEO A CREYENTE
Antony Garrard Newton Flew (1923-2010) fue un famoso intelectual inglés perteneciente a las escuelas del pensamiento analíticas y evidencialistas, y que se hizo famoso en el mundo intelectual por sus trabajos en la filosofía de la religión. Fue profesor en prestigiosas universidades inglesas y norteamericanas, y conocido como “el ateo más prominente y férreo de siglo XX”, ganó enorme notoriedad criticando las pruebas filosóficas de la existencia de Dios.
Sus libros “Dios y la filosofía” (1966) y “La presunción del ateísmo” (1976), además del elogiado artículo “Teología y falsificación”, se transformaron en poderosas municiones intelectuales para otros famosos pensadores ateos que también negaban la existencia de Dios. .
Pero en el año 2004, y luego de estudiar la Biblia, el
pensamiento de este famoso filósofo ateo, dio un sorpresivo giro en 180 grados,
escribiendo otro libro que causó gran revuelo, “Hay un Dios: como el ateo más
influyente del mundo cambio de opinión”.
Flew, después de haber dedicado toda su vida a la
propagación del ateísmo, explicó su conversión intelectual en los siguientes
términos. La existencia de leyes (es decir, simetría y regularidades) en la
naturaleza revelaba una mente divina detrás de ellas. Estas leyes, por cierto, eran las mismas que
llevaron a Albert Einstein y a los padres de la física cuántica a postular el
concepto de la Mente de Dios. “Es como si el universo supiera que veníamos. Se
ha calculado que si el valor de solo una de las constantes fundamentales
hubiese sido ligerísimamente diferente, no se hubiese podido formar ningún
planeta capaz de permitir la evolución de la vida humana. Y la única posible
explicación de tal ajuste fino se debe al diseño divino”.
Flew también argumentó en su libro que uno de los problemas
de la cosmovisión atea es que jamás pudo explicar satisfactoriamente el origen
de la vida en sí. “¿Cómo es que surgió y se conservó la vida en nuestro
planeta? Una cosa es tener leyes físicas que permiten la existencia de la vida,
pero otra cosa muy distinta es la aparición de la vida en sí. Y no estamos
hablando de cualquier tipo de vida, sino que de vida inteligente. ¿Cómo puede
un universo hecho de materia no pensante producir seres dotados de inteligencia,
capacidad de autor replicación y una química codificada? Tales preguntas
constituyen un gran desafío científico e intelectual para el ateísmo del siglo
XXI. En términos sencillos, el materialismo no es capaz de explicar tantas
señales de inteligencia de forma satisfactoria y sólo intenta refugiarse bajo
el lema de reacciones químicas. No obstante, el ADN (ácido desoxirribonucleico)
y el ARN (ácido ribonucleico) han revelado que la vida se trata de muchísimo
más que una simple serie de reacciones químicas. En todas las células hay un
código genético asombroso que almacena una cantidad compleja de información.
¿De dónde viene esta información si todo es fruto de materia no pensante y no
inteligente? ¿Cómo es que semejante vida puede existir en este planeta? La
única explicación satisfactoria de esta vida autor replicante y orientada hacia
propósitos que vemos en la Tierra es la existencia de una mente infinitamente
inteligente. Por lo demás, los hallazgos realizados durante más de cincuenta
años de investigación del ADN sirven de base para nuevos y poderosísimos
argumentos a favor del diseño divino”.
Flew también aseguró que, analizando la famosa teoría del
Big Bang (especie de explosión cósmica en ella cual una onda expansiva masiva
habría permitido que toda la energía y materia conocidas del universo, incluso
el espacio y el tiempo, surgieran a partir de algún tipo de energía
desconocido), calza perfectamente con el relato bíblico del capítulo uno del
Génesis, y “podría ser bastante exacto desde el punto de vista científico”.
“Cuando, siendo aún ateo, me enfrenté por primera vez a la
teoría del Big Bang, me pareció que esta teoría cambiaba mucho las cosas, pues
sugería que el universo había tenido un comienzo y que la primera frase del
Génesis estaba relacionada con un acontecimiento real. Mientras pudimos
albergar la cómoda idea de que el universo no había tenido un comienzo ni
tendría un final, fue fácil considerar su existencia (y sus rasgos más
fundamentales) como hechos brutos. Y, si no había razón para pensar que el
universo tuvo un comienzo, no había necesidad de postular otro ente que lo
hubiera producido. Pero la teoría del Big Bang cambió todo esto. Si el universo
había tenido un comienzo, pasaba a ser totalmente razonable, incluso inevitable,
preguntar qué había producido ese comienzo. Esto alteraba radicalmente la
situación. Reconocí también que los creyentes podrían, con toda razón, acoger
la cosmología del Big Bang como algo que tendía a confirmar su famosa creencia
previa que postula que “en el principio Dios creó el universo” “.
Consultado en los años finales de su vida sobre las razones
que lo habían llevado a postular la existencia de un “Dios aristotélico con
características de poder y también inteligencia, alejado de la noción del Dios
absolutista”, Flew respondió que dos factores fueron especialmente decisivos:
“Uno fue mi creciente empatía con la idea de Einstein y de
otros científicos notables de que tenía que haber una Inteligencia detrás de la
complejidad integrada del universo físico. El segundo era mi propia idea de que
la complejidad integrada de la vida misma —que es mucho más compleja que el
universo físico— sólo puede ser explicada en términos de una fuente
inteligente. Creo que el origen de la vida y de la reproducción sencillamente
no puede ser explicado desde una perspectiva biológica, a pesar de los
numerosos esfuerzos para hacerlo. Con cada año que pasa, cuanto más descubrimos
de la riqueza y de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece
que una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético. Se me
hizo palpable que la diferencia entre la vida y la no-vida era ontológica y no
química. La mejor confirmación de este abismo radical es el cómico esfuerzo del
científico Richard Dawkins para aducir en su obra “El espejismo de Dios” que el
origen de la vida puede atribuirse a un “azar afortunado”. Si este es el mejor
argumento que se tiene, entonces el asunto queda zanjado a mi favor. Y no, no
escuché ninguna voz divina que me habló desde lo alto”.
“Fue la evidencia misma la que me condujo a esta conclusión.
Tuve que rendirme a la evidencia de los hechos, porque los argumentos más
impresionantes de la existencia de Dios son aquellos que son apoyados por recientes
descubrimientos científicos. En resumen, mi descubrimiento de lo divino ha sido
una peregrinación de la razón, y no de la fe”.
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