GRIETAS REPARADAS CON ORO

En nuestra manera occidental de pensar, cuando una taza se rompe o se agrieta severamente, se bota pues ya no sirve más. Aunque el recipiente sea de fina porcelana, se desecha ya que las feas grietas la han inutilizado, y peor si está quebrada. 


Sin embargo, los orientales son diferentes. Existe un antiguo arte japonés llamado kintsugi,  que enseña no sólo a no desechar un recipiente agrietado o roto, sino a repararlo y a recomponer los pedazos, pero no con cualquier substancia, sino con oro. ¿Por qué hacen eso? Porque en vez de ocultar las grietas, consideran que han de resaltarse como algo valioso y por eso las rellenan con el precioso metal. Esta técnica centenaria la han transformado en una filosofía de vida, que no busca ocultar las heridas del alma, sino revalorizar la belleza de las cicatrices, ya que forman parte de la historia personal y definen la identidad.

El kintsugi, me hace meditar en lo diferente que es nuestra cultura, que más bien practica lo opuesto. Se nos ha enseñado a ocultar nuestras grietas del alma, pues sabemos que si los demás las vieran, seguramente nos desecharían por inservibles, como se hace con las tazas. Por eso, vamos por la vida escondiendo o disimulando nuestras fisuras internas e intentando convencernos que no son nada de qué preocuparse. Que el rechazo que sufrimos en el vientre de nuestra madre  y el abandono posterior, no nos afectó para nada, o que el divorcio de los padres cuando éramos pequeños no nos dañó, o que el desprecio o la  ausencia de afecto  del papá no hizo mella en nosotros, o el abuso de aquel familiar tampoco influyó en nuestra conducta actual, y así, podríamos seguir enumerando grietas similares que ocultamos y hacemos cómo que no existieran, pues racionalizamos diciendo que ahora somos adultos, que todo eso quedó en el pasado, y que además somos cristianos.

Y claro, podemos acostumbrarnos a vivir así, evadiendo la realidad, maquillándola con cierto éxito por algunos años, hasta que llega un momento en nuestra vida, en que chocamos de frente y a gran velocidad con alguna inesperada situación, que no vimos venir y se produce el descalabro, la destrucción total, donde es imposible ocultar las grietas del alma, pues estamos hechos pedazos.  

Al igual que una taza rota, que se bota pues ya no sirve para nada, la persona quebrada por dentro también es desechada, incluso por la comunidad llamada cristiana,  que más bien le hacen objeto de murmuración, juicio y ostracismo. Y la razón, es dolorosamente simple, el amor de Dios como fruto espiritual no es una experiencia de vida, sólo es un mero concepto teológico aprendido. Quizás por eso hay tantas personas que han dejado de congregarse, otras lo hacen por inercia, otras deambulan de una denominación a otra, pensando que eso agrada a Dios y las que definitivamente  abandonan las iglesias institucionales para acercarse a Dios. 

EL SAMARITANO

El Señor Jesús, ejemplificó magistralmente esta ausencia del fruto del amor, en la famosa parábola del buen samaritano. En ella cuenta de un hombre que fue asaltado, robado y golpeado casi hasta la muerte, y que fue arrojado al lado del camino. Para fortuna del pobre hombre, al rato pasó por allí un sacerdote - ¡quien más indicado para ayudar a un herido! - pero éste al verle, siguió de largo. Más tarde apareció un levita - ¡otro hombre de Dios que podrá ayudar al desventurado! - quien lo vio y también siguió su camino. Cuando las esperanza de ayuda comenzaba a esfumarse, apareció un samaritano - la persona menos indicada, juzgada como poco espiritual y denostado constantemente por los religiosos - que se acercó al moribundo,  "lo vio se compadeció de él, curó sus heridas, las vendó, lo subió a su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó" (Lucas 10:34)

Es muy notorio que el Señor pone deliberadamente como ejemplo de compasión y de amor, a un samaritano, una persona considerada de segunda clase y mirada con menosprecio por los religiosos, pero deja en evidencia al sacerdote y al levita - representantes de la religión institucional - por su carencia total de amor. 

VASIJAS RESTAURADAS

De esta manera, Jesús enseña que sólo el amor de Dios puede mover a una persona a ver a otra como el prójimo, y eso fue lo que hizo el "despreciable" samaritano, y que no hicieron el "irreprochable" sacerdote, o el "espiritual" levita.  Y es que sólo se pueda dar lo que se tiene. La persona que ha experimentado el amor de Dios como fruto, lo podrá compartir, pues sólo se da, lo que se tiene. Y ese amor es lo único que puede restaurar a una persona rota por dentro. 

Cuando la tragedia golpea nuestra vida, y nos rendimos a Su misericordiosa disciplina, Dios comienza a tomar todos los pedazos desparramados, los va juntando y los pega con su amor. Y las grietas que antes dolían o avergonzaban, ahora no se esconden, sino que deben ser completamente visibles, no sólo porque son parte integral de nuestra historia, sino porque son un testimonio que glorifica a nuestro Dios de amor. Las "vasijas" que lo han experimentado, saben a lo que me refiero. 


Resumen de charlas en Cristianos Anóminos

c.a.cristianos.anonimos@gmail.com

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