Y PEDRO LLORÓ AMARGAMENTE


Aquel viernes en la noche, Pedro había dicho frente a todos, que él jamás negaría a su Señor Jesús. Sin embargo, unas horas más tarde, ya lo había negado tres veces.  El evangelio de Lucas, relata esa dramática escena de manera admirable: "entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro;  Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo, lloró amargamente. (Luc. 22:61,62)



La Biblia dice escuetamente que Pedro salió, seguramente buscando un lugar solitario, y allí, "lloró amargamente". Con toda seguridad, ese llanto le salió del alma, con un dolor que sólo podía expresarlo con gemidos desgarradores. Le había fallado a su Señor, había fracasado estrepitosamente. Había tirado por la borda todos los años vividos junto a su Señor.

Sumido en la vergüenza y con su mundo hecho pedazos, pensando en renunciar a todo y volver a su vida de pescador, llegó el domingo por la mañana. Una mujeres fueron muy temprano al lugar en que habían sepultado al Señor, y para su sorpresa, se encuentran con un ángel que les comunica que Él ha resucitado y les da  el siguiente mensaje, que las mujeres debían dar a los apóstoles: "Pero vayan, digan a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de ustedes a Galilea; allí le verán, como se los dijo" (Marcos 16:7)

"...Y A PEDRO"

Cuando Pedro escuchó la noticia, no sólo se dio cuenta de la maravillosa resurrección del Señor, sino que también "se había acordado de él", a pesar de haber fracasado y de haberle fallado. ¡Qué maravilloso detalle! En ese momento, comprendió una faceta del amor de Dios que no había entendido, y es que el amor de Dios es incondicional. Comprendió, que su Señor le estaba invitando a no quedarse sumido en la vergüenza, sino a abrazar el dolor, aprender de su fracaso, e ir a Galilea, donde les esperaba, pues la pesca de almas estaba pronta a comenzar.

Pasaron cincuenta días y  llegó el día de la fiesta de Pentecostés, y allí Pedro, lanzó la red y miles de almas fueron alcanzadas para el Reino. No era el mismo Pedro, había sido transformado por el amor incondicional de Dios, y el Espíritu Santo le guiaba a toda verdad.

APRENDIENDO DEL FRACASO

Cuando fracasamos, aparece la tentación de preguntarnos, ¿Por qué?, pero esa no es la pregunta correcta, pues nos guiará a la victimización, culpando a todos los demás o a las circunstancias por nuestro fracaso y nada aprenderemos, pues esquivaremos nuestra responsabilidad o nos justificaremos.
En cambio, la pregunta correcta es ¿Para qué Dios permite este fracaso? Con esta actitud estamos diciendo, "yo quiero aprender, no me victimizaré, ni culparé a otros,  acepto mi cuota de responsabilidad".

Cuando miramos el fracaso a través del “¿Para qué?”, estamos invitando a Dios que nos muestre, que es lo que quiere que aprendamos. Seguramente será algo, que nunca hubiésemos entendido, si no pasábamos por ese trance doloroso. El "¿Para qué?" nos hace buscar a Dios y aprendemos a conocerle de una manera distinta y más profunda que antes.
A través del fracaso y el dolor, Dios templa nuestro carácter. Por eso, debemos aprender a ver el fracaso como una "bendición disfrazada" y una oportunidad para crecer. Y nunca debemos olvidar, que una cosa es fracasar y otra muy distinta es sentirse un fracasado(a).

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