UNA REFLEXIÓN ACERCA DE SEMANA SANTA


El calendario señala que el próximo domingo los cristianos celebraremos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, iniciándose de esa manera, la Semana Santa que culminará con su muerte y triunfal resurrección.

Como latinoamericanos, y dado que fuimos evangelizados por la iglesia católica romana, heredamos nuestro actual calendario cuyo objetivo era poner fiestas religiosas que ayudaran a exacerbar la fe en Dios. Incluso, hasta años atrás, en los calendarios estaba impreso para cada día el nombre de un "santo" de la iglesia y la personas que usaban ese nombre, lo celebraba casi como un cumpleaños.

De niño fui criado en un hogar, nominalmente "católico observante" (que significaba que éramos absolutamente ignorantes de la Biblia), pero cumplíamos las tradiciones de la iglesia. Por ejemplo, para el llamado "domingo de ramos", era obligatorio el comprar uno, que debía estar bendecido por el cura pues así, al colocarlo detrás de la puerta principal o en algún lugar de la casa, ésta sería protegida de malos espíritus...en el fondo era un amuleto mágico, pero así era nuestra ingenua ignorancia religiosa. Sin embargo, era una ingenuidad respetuosa de lo sacro, recuerdo que durante esa semana había un ambiente que era especial, sobre todo cuando llegaba el jueves o viernes santo, en que los negocios cerraban antes, la televisión o las radios dejaban sus transmisiones normales para emitir programas religiosos y/o emitían música clásica de grandes músicos como Haendel y donde destacaba su obra El Mesías. Las personas se cuidaban de hacer trabajos donde podían martillar o emitir ruidos fuertes y todo era más bien silente, pues se estaba en un tiempo de duelo.

Al ser ya adulto, el Señor me llamó a sus caminos y al leer la Biblia, comprendí muchas cosas y también me di cuenta de las muchas creencias populares que tenía y que no hallaban asidero bíblico, como por ejemplo el considerar pecado comer carne de res en semana santa, pero que no había problemas con hartarse comiendo mariscos o pescados.

Hoy, sin dudas, no existe ese respeto de antaño por semana santa en absoluto y para muchos, incluyendo a los cristianos, este tiempo sólo será la oportunidad de tener un fin de semana largo para viajar o hacer fiestas y por supuesto, comer hartos productos del mar.

Hoy hay mucho más conocimiento bíblico, hay más iglesias cristianas, canales de tv, radios y que decir de Internet con toda la avalancha de información cristiana y pseudo cristiana que allí aparece. Seguramente, en muchos lugares se predicará de la agonía y el sufrimiento que Cristo vivió por amor a nosotros, pero aún el tema de fondo de lo que representa semana santa, o mejor aún, el significado de la muerte y resurrección de Jesucristo, permanece sin entenderse.

EL TEMA DE FONDO

Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Al leer este verso, muchos interpretan erróneamente que la cruz que deben cargar es una enfermedad, una situación familiar difícil, o algún problema crónico que sufren, pero no es así. Recordemos que, en tiempos de Jesús, tomar la cruz, significaba que esa persona iba a sufrir y morir físicamente en breves momentos, es decir, la condición que el Señor puso a aquellos que deseaban seguirlo era muy alta. El precio era muy alto, pues Él lo valía.

Podemos decir que la salvación no nos cuesta nada (es por gracia), pero el seguir a Cristo, nos cuesta todo.

Sin embargo, hoy hemos reemplazado el precio que se tiene que pagar por seguir a Cristo, con el hecho de tener la buena intención de hacerlo y siendo personas "que no hacen mal a nadie", toda vez que se cumple regularmente con la asistencia o haciendo cosas en el ámbito religioso o teniendo mucho conocimiento bíblico. No obstante, debiera resultar perturbador que mismo el Señor dijo: "Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” 23 Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!” (Mateo 7:22,23). Generalmente pensamos que este verso no se aplica a nosotros, pero creo que al menos en semana santa, debiéramos reflexionar en la posibilidad de ser aquellos a los que el Señor les dirije estas lapidarias palabras, pues aunque hacemos muchas cosas, no estamos muriendo a nuestro yo y en la generalidad, ni siquiera pasamos tiempo con el Señor buscando conocerlo íntimamente en lo secreto.

Seguir a Jesús es una invitación, en la que hay considerar el precio (Lucas 14:25-33) pues, tiene que ver con "negarnos a nosotros mismos", algo que se dice facilmente, pero difícil de llevar a la práctica. Entonces, ¿qué significa aquello?. Negarse a sí mismo significa negar nuestro derecho a determinar de forma autónoma nuestra vida y nuestras decisiones, reconociendo que no somos dueños de nosotros mismos, sino que estamos bajo el señorío de Jesucristo, y por lo tanto, debemos negar nuestro ego.

Asi que, debemos preguntarnos y no sólo durante semana santa; ¿estoy realmente siguiendo Cristo, tomando mi cruz y muriendo cada día para que Él viva realmente en mí?. Hagamos un ejercicio práctico para responder a esta pregunta; La Biblia dice: "Si alguien afirma; "Yo amo a Dios", pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto" (1 Juan 4:20). Esto significa que alguien que se dice creyente y se la pasa murmurando, hablando mal de personas, llevando chismes de allá para acá, pensando siempre maliciosamente de otros, juzgando sin conocer todos los detalles o escuchando sólo una parte y tomando partido, una persona que vive victimizándose, o que vive en amargura o criticando a otros, que es envidiosa, reconcorosa, que no perdona, etc., según el apóstol Juan, esa persona no es discípulo de Cristo, pues carece del amor de Dios, aunque probablemente sea un buen religioso, pero no se está negando a sí mismo.

El negarse y morir al yo, debe tener un Getsemaní personal, donde el dolor del alma tendrá un lugar preponderante y la persona que recorra ese camino aferrada a Dios, ya no será la misma, pues aprenderá a fuego lo que significa morir para que Él viva.

Semana Santa entonces, es una invitación a reflexionar no sólo en la pasión y muerte de Jesús, sino también cuestionarnos si realmente estamos muriendo, para que Él viva en nosotros.

El apóstol Pablo expresa bien este concepto, él vivía con la premisa "de morir cada día" (1 Cor.15:31) y podía entonces decir; "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". (Gal.2:20)





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