JESÚS EXPULSA A LOS MERCADERES DEL TEMPLO

Luego de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, ocurrieron varias cosas en esa especial semana, que sin duda son importantes de conocer. 

Al día siguiente, según relata el evangelio de Marcos, Jesús va al templo y realiza una acción bastante violenta, pues toma un látigo y comienza a blandirlo amenazadoramente, mientras vuelca con fuerza las mesas de los que cambiaban dinero y de los que vendían palomas. El evangelio de Juan así lo registra:”En el templo encontró a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero allí sentados. 15 Y haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los que cambiaban el dinero y volcó las mesas. 16 A los que vendían palomas les dijo: “Quiten esto de aquí; no hagan de la casa de Mi Padre una casa de comercio.” (Juan 2:14-16)


Llama la atención que los cuatro evangelistas registran el hecho, pues muestran al Señor en una faceta que alguien pudiera cuestionar, ya que no se condice con la imagen de un Dios de amor y paz. Veamos lo que nos dice el evangelio de Marcos, que nos da importantes indicios para entender su comportamiento:

“Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. 17 Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas ustedes la han hecho cueva de ladrones.18 Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina”. (Marcos 11:15-18)


Debido a que esa semana se celebraría la Pascua Judía, que festejaba la liberación de la esclavitud de Egipto, grandes muchedumbres llegaban a Jerusalén, lo cual no sólo significaba una gran fiesta religiosa, sino también un gran negocio. Todos los judíos debían ir al templo a ofrecer sacrificios de animales y llegaban de todas las provincias e incluso del extranjero y por supuesto el dinero que traían debían cambiarlo por la moneda local, y aquí comenzaba el negocio para los cambistas, pues la operación, les dejaba suculentas ganancias. 

Además, todos los peregrinos que llegaban al templo, debían ofrecer sacrificios de animales, los que primero eran revisados por los sacerdotes que los examinaban, pues no podían tener defectos, pero ¿qué sucedía? ocurría que los encargados de revisar, siempre les encontraban alguna falla y eso los inhabilitaba como ofrenda, por tanto, estaban obligados a comprar uno de los que ellos tenían para la venta, que obviamente, eran mucho más caros. Todo este tremendo negocio, era amparado por el sumo sacerdote y su familia, en este caso Anás y Caifás.

Cuando Jesús observa todo esto, toma el látigo y comienza con su violenta acción, desnudando la hipocresía religiosa, amparada por la casta sacerdotal, que habían transformado “la casa de oración en una cueva de ladrones” (Marcos 11:17). 

Es triste ver, que los "responsables de la espiritualidad del pueblo", escribas (expertos en la Ley) y los principales sacerdotes, lejos de reflexionar o ser movidos al arrepentimiento, por esta acción, lo único que les importaba era dejar a salvo su lucrativo negocio, y por ello “buscaban como matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina” (Marcos 11:18)

Mientras Jesús está volcando las mesas de los cambistas y mercaderes, algunos judíos se acercan a él y lo increpan:  ”18 Entonces los judíos le dijeron: “Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?” 19 Jesús les respondió: “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.”20 Entonces los judíos dijeron: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y Tú lo levantarás en tres días?” 21 Pero Él hablaba del templo de Su cuerpo. 22 Por eso, cuando resucitó de los muertos, Sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado”. (Juan 2:18-22)

Los judíos le piden al Señor una señal para ellos entender su comportamiento y la respuesta que les da, los deja más confusos: “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 18:19).
Los judíos pensaron que se estaba refiriendo al templo de Jerusalén, que era en realidad era un conjunto de edificios enormes, que había sido construido por Herodes en casi medio siglo, por ello se asombraron, pero Jesús se estaba refiriendo a su propio cuerpo que sería destruido al final de esa semana, en la cruz del calvario y Él lo levantaría al tercer día.

Ni los religiosos ni sus discípulos comprendieron sus palabras, hasta que murió y resucitó de la muerte, sólo entonces se dieron cuenta que Él hablaba del templo de su cuerpo. Y aquí hay una importante lección que debemos aprender, pues quizás nosotros tampoco captamos la profundidad de sus dichos.

LA CASA DE DIOS

Al comparar el templo de Jerusalén con su propio cuerpo, el Señor Jesús dejó muy en claro, que el tiempo en que Dios moraba en un edificio estaba llegando a su fin, pues luego del sacrificio expiatorio en la cruz y su resurrección, Él comenzaría a morar en otro tipo de templos, el apóstol Pablo lo explica a los griegos en Hechos 17:24 “El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres”
¿En qué templos mora en este tiempo Dios? Pablo les explica a los corintios: “¿No saben que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Cor. 3:16)
¿O ignoran que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que no son de ustedes? (1 Cor.6:19) “Somos templo del Dios viviente” (2 Cor.6:15)

Semana Santa marca un tiempo donde hay un antes y un después en el ámbito espiritual, donde la figura central es nuestro Señor Jesucristo, quien nos abre un camino nuevo de vuelta al Padre.

Hoy no existen edificios donde "habita Dios", sin embargo, en nuestra ignorancia bíblica seguimos a veces llamando a los templos como "la casa de Dios", o le seguimos pidiendo en nuestras oraciones "que se quede con nosotros o nos acompañe", cuando la Palabra señala que, si hemos recibido al Señor como nuestro Salvador, Él vive en nosotros.

Dios no habita en edificios, habita en cada creyente que ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, por tanto, la iglesia tampoco es un templo o edificio, sino que puede estar donde hay dos o tres “piedras vivas” congregadas; a la orilla del mar, o bajo un árbol o en una casa.


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