JESÚS ENTRA TRIUNFALMENTE EN JERUSALÉN
A veces tenemos la osadía de pensar que “sabemos lo que Dios está haciendo o cómo Él actúa”, sin entender que en la mayoría de los casos la interpretación que la damos a la
realidad, no es más que un reflejo de nosotros mismos y de lo poco que lo conocemos, pues confundimos lo religioso con la verdadera relación con Él.
Esto quedó demostrado con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, hace más de dos mil años. Sin duda, este acto sorprendió a sus discípulos, lo mismo que a la multitud que comenzó a arremolinarse en torno al Él e incomodó a la clase sacerdotal. Todos ellos comenzaron a hacer todo tipo de interpretaciones y especulaciones respecto a su especial entrada.
LO QUE DIOS HACE, VERSUS LO QUE LA GENTE PIENSA QUE ESTÁ HACIENDO
Jesús preparó con cuidado y con antelación su entrada a Jerusalén ese día. Al iniciar su cabalgata montado en un burrito rumbo a Jerusalén, la sorprendida multitud, incluidos sus discípulos, comenzaron a darle un significado a lo que estaban presenciando, que se alineaba más con sus propias expectativas e ideas que con la real intención del Señor.
Los discípulos tardaron tiempo para entender lo que el Señor hizo ese día, y los cuatro evangelistas lo explican retrospectivamente en sus escritos. Mateo señala: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Digan a la hija de Sion: He aquí, TU REY viene a ti, Manso, y sentado sobre una burra, Sobre un burrito, hijo de animal de carga. Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron la burra y el burrito, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima” (Mateo 21:4-7). El profeta al que se refería Mateo era Zacarías, quien había profetizado 500 años atrás acerca del día en que el Mesías entraría como Rey en Jerusalén.
El cumplimiento de esta profecía no estaba en la mente
de la multitud, ni de los discípulos y menos de la casta sacerdotal, pero sí
estaba en la mente del Señor y por eso deliberadamente le daba cumplimiento ese día.
Mateo continúa dando información de ese día especial: “Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Vayan a la aldea que está enfrente de ustedes, y luego hallarán una burra atada, y un burrito con ella; desátenla, y tráiganmelos. Y si alguien les dijere algo, digan: El Señor los necesita; y luego los enviará”. (Mateo 21:1.3)
Betfagé era una aldea situada a 3 kilómetros de
Jerusalén, trayecto que inició con sus discípulos y que luego fue añadiendo
adherentes que lo vitoreaban y lo aclamaban. Mateo lo relata de la siguiente
manera: “Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y
otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. 9 Y la gente
que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de
David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
(Mateo 21:8,9)
En aquella ocasión la multitud era "muy numerosa", debido a la Pascua que se celebraría dentro de no muchos días. En esa importante fiesta se celebraría una vez más, la liberación del pueblo de la esclavitud sufrida en Egipto y sacrificarían corderos celebrando el evento.
Lo que esa multitud enfervorizada no sabía, era que el
verdadero cordero de Dios sería sacrificado, pero Jesús sí lo sabía.
Mientras Jesús avanzaba montado en el burrito, la bulliciosa multitud tendía sus mantos en el camino, y cortaban ramas de palmas, como símbolo de honor y victoria. Algunos historiadores señalan, que la rama de palma era el símbolo que tenían los zelotes - que eran los revolucionarios nacionalistas - por tanto esperaban que Jesús fuera ese caudillo que los liberaría del yugo romano.
Personas de la multitud lo aclamaban con expresiones
tales como "Hossana al Hijo de David", "Hossana en las
alturas", exclamaciones abiertamente mesiánicas que en arameo significaba
"Sálvanos te lo pedimos". Otros citaban la expresión; “Bendito el que
viene en el nombre del Señor” sacada del Salmo 118:26. Sin duda, y mientras
avanzaban hacia Jerusalén, la multitud veía en Jesús, al Mesías esperado que
por fin los llevaría a las viejas glorias militares de Israel y los liberaría
del odioso yugo romano.
Como vemos, la interpretación que la muchedumbre daba a esa entrada de Jesús en Jerusalén, era muy distinta a lo que realmente el Señor estaba haciendo. Por ello resulta curioso que Jesús aceptara abiertamente la alabanza como Rey, cosa que nunca había permitido. El ejemplo más claro lo registra Juan, cuando la muchedumbre que fue alimentada con los panes y peces, quiso hacerlo rey Él se negó alejándose del lugar.(Juan 6:15)
En esta oportunidad, el Señor acepta abiertamente la alabanza como rey, como el Mesías profetizado y eso molestó a los fariseos mezclados con la multitud, quienes le increpan de la siguiente manera: "...Maestro, reprende a tus discípulos. El, respondiendo, les dijo: Les digo que, si éstos callaran, las piedras clamarían”. (Lucas 19:39,40)
Sin duda, la entrada de Jesús en la ciudad santa fue portentosa y Mateo la registra de la siguiente manera: “Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? 11 Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea”. (Mateo 21:10)
Jesús entraba en Jerusalén, como rey, como Mesías, pero no con la misión de convertirse en un caudillo militar que los libraría de la ocupación romana. Entraba con la misión de celebrar la Pascua como el verdadero cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo. Lo que el Señor estaba haciendo era algo mucho más grande que lo que ellos, en su miopía egoístas, pensaban.
Y aunque esa multitud enfervorizada lo aclamaba como rey, Jesús sabía que muchos de ellos estarían gritando en menos de una semana, que lo crucificaran.
Se requiere humildad y una actitud reflexiva para darse cuenta que cuando se interpretan ciertos acontecimientos, esa interpretación habla más de la persona que de la realidad. Eso mismo les ocurrió a los discípulos y Juan lo registra de la siguiente manera: “Al principio, sus discípulos no entendieron lo que sucedía. Sólo después de que Jesús fue glorificado se dieron cuenta de que se había cumplido en él lo que de él ya estaba escrito” (Juan 12:16) Fue un tiempo posterior a su resurrección, que los suyos lograron comprender en realidad lo que Jesús hizo aquel día.
Semana Santa debiera ser un tiempo de reflexión e intimidad con Dios y no de sólo cumplir rituales, por muy evangelicos que parezcan, o pensar que es un fin de semana largo para darse un festín de mariscos y pescados, sino de buscar Su corazón para alinear de esa froma el nuestro y tener esos tiempos a solas con Dios en lo secreto, buscando sólo conocerle más, sin pedirle nada y agradeciendo por todo.
Que este tiempo de Semana Santa, sea un
tiempo de dejar nuestras propias agendas, y sintonizarnos con la de nuestro
Señor.
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