LO QUE TENGO TE DOY
La manera en
que vivimos, hablamos y nos relacionamos, dice mucho más de nosotros que de
las circunstancias que vivimos. Por eso Dios nos manda vivir por fe y no por
las circunstancias. De allí que el Señor Jesús también dice, “de la abundancia
del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Cuando nos expresamos, en realidad
estamos mostrando nuestro interior, sobre todo cuando nos ofenden o vivimos
tiempos desagradables, dolorosos es cuando mostramos lo que realmente hay en
nosotros. Cuando un limón se exprime, sale lo que hay dentro de él, lo mismo
pasa con nosotros. A veces las personas dicen: “es que tú me haces enojar”, en
realidad, nadie puede poner enojo dentro de nosotros, eso ya estaba ahí, en el
corazón. Por eso es que Jesús no es religión, sino transformación de adentro
hacia afuera.
La iglesia
primitiva era bastante diferente a la iglesia que hoy vemos, debido a que las
personas que la conformaban habían sido transformadas de adentro hacia afuera y
por eso, aún en tiempos de angustia, temor y sin saber lo que el futuro les
podía deparar, en un ambiente político y religioso nada tranquilo, ellos
mostraban algo distinto, los movía una fuerza que no era natural. Esa fuerza no era algo, sino alguien, era el
poder del Señor Jesucristo en ellos.
” Y sobrevino temor a
toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. 44
Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas;
45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la
necesidad de cada uno. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y
partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor
añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. (Hechos 2:43-47)
Podemos ver
en este párrafo, que, a pesar de las circunstancias complejas que vivían y
tomando en cuenta que hacía sólo dos meses atrás el Señor Jesús había sido
crucificado y el ambiente en Jerusalén estaba alborotado, ellos estaban
viviendo el día a día de una manera muy distinta, dependían de una forma
especial del Señor pues tenían la experiencia que Él había resucitado y ahora
estaba en ellos el Espíritu Santo y no sólo lo sabían, lo vivían. Eran un
racimo pegado a la Vid y Él añadía a los que llamaba para ser parte de esa
iglesia. Ellos dependían del Espíritu Santo que exaltaba a Jesús resucitado.
32 Y la multitud de
los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo
propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. 33 Y
con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor
Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. 34 Así que no había entre
ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las
vendían, y traían el precio de lo vendido, 35 y lo ponían a los pies de los
apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. (Hechos 4:32-35)
La multitud
que había sido convertida por el Señor, tenían dos cosas que llaman la
atención: “eran de un corazón y un alma” y “daban testimonio de la resurrección
del Señor”. Dado que ellos estaban llenos del Espíritu Santo, no llamaban la
atención sobre sí mismos, sino que exaltaban a Jesús y por eso la iglesia era
como un cuerpo humano con “un solo corazón y una sola alma”, con la diferencia
que éste era el cuerpo de Cristo cuya cabeza es Él. Ellos se reconocían como un
cuerpo, se reconocían como miembros u órganos de esa congregación que el Señor
edificaba y donde el amor, no era algo enseñado o forzado, sino que estaba en
acción pues nacía de sus corazones, por eso era que “no había entre ellos
ningún necesitado”, ya que todos compartían en forma desinteresada todo lo que
tenían.
LA SANIDAD
DEL COJO
“Pedro y Juan subían
juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y era traído un hombre
cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama
la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. 3 Este,
cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le
diesen limosna. 4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 5
Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 6 Mas Pedro
dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. 7 Y tomándole por la mano derecha le
levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 8 y saltando, se
puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y
alabando a Dios. 9 Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios”. (Hechos
3:1-9)
En este
párrafo, vemos el tremendo milagro de Pedro y las célebres palabras que
pronunció: “no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de
Jesucristo, levántate y anda”. Valga una aclaración ante de continuar, este
Pedro era el mismo que hacía dos meses atrás había negado tres veces al Señor,
aunque él había aseverado, lleno de orgullo, que él “nunca lo negaría”.
Recordemos este triste evento en la vida de Pedro que está registrado en los
evangelios: “35 Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré.
Y todos los discípulos dijeron lo mismo”. (Mateo 26:35)
Pero el
Señor también le dijo a Pedro algo más: “31 Dijo también el
Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás te ha pedido para zarandearte como a
trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto,
confirma a tus hermanos. 33 Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no
sólo a la cárcel, sino también a la muerte. 34 Y él le dijo: Pedro, te digo que
el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces”. (Lucas
22:31-34)
Al leer ese
texto, no damos cuenta que Pedro, no escuchó nada de la advertencia que le hizo
el Señor. Él sólo se escuchaba a sí mismo y su tremendo ego. No escuchó que el
diablo lo había pedido para atacar sus flancos débiles y que Dios le había dado
permiso. No escuchó que la prueba y el dolor estaban a punto de venir sobre su
vida y quebrantarlo. No escucho que el Señor le dijo había estado rogando por
él no sólo para que su fe no fallara, y qué a pesar de todo, debía continuar con
el ministerio que se le había entregado. Pedro, sólo se escuchaba a sí mismo, a
su ego. Llegó la noche y se fueron al jardín de Getsemaní donde Jesús fue
traicionado y le tomaron prisionero:
“54 Y prendiéndole, le
llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de
lejos. 55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron
alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. 56 Pero una criada, al verle
sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él. 57 Pero él
lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco. 58 Un poco después, viéndole otro,
dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy. 59 Como una
hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con
él, porque es galileo. 60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en
seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. 61 Entonces, vuelto el
Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había
dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. 62 Y Pedro, saliendo
fuera, lloró amargamente”. (Lucas 22:54-62)
Una vez que
Jesús es injustamente apresado, Pedro, sin darse cuenta, comienza a transitar
por el sendero que el Señor ya le había mostrado. Y en esa madrugada, Pedro
negó a su Señor tres veces, tal como el Señor se lo había dicho, pero el orgulloso
Pedro no se había percatado hasta que ocurre un detalle que cambiará para
siempre su vida y que el verso 61 registra desgarradoramente: “entonces,
vuelto el Señor, miró a Pedro y Pedro se acordó de la palabra del Señor”.
En la casa del sumo sacerdote, lugar donde llevaron en primera instancia al
Señor, existía la posibilidad de verse mutuamente, y eso fue exactamente lo que
ocurrió cuando el gallo cantó y Pedro ya lo había negado tres veces. En ese
instante, Pedro se desmoronó, se vio a sí mismo en esa mirada de amor de Jesús
y algo en su interior se rompió y a prisa abandonó el recinto y el evangelio registra
que; ”Pedro
lloró amargamente”. Yo creo que
Pedro se rompió por dentro, se vio a sí mismo y recién tomó en cuenta las
palabras de su Señor, Satanás lo estaba zarandeando como trigo, estaba siendo
atacado, y el dolor corroía su alma.
Pasan las horas
y Jesús no ha sido puesto en libertad, sino que la situación ha empeorado, ha
sido condenado a morir crucificado. Es imaginable el dolor y la confusión
mental, la culpa, la vergüenza de Pedro, pues su Señor muere y es puesto en una
tumba, pero el domingo por la mañana, resucita, tal como Él lo había dicho.
JESÚS
RESUCITADO RESTAURA A PEDRO
Una vez resucitado el Señor, se aparece a sus
discípulos y el evangelio de Juan registra esta conversación con Pedro:
15 Cuando terminaron
de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que estos? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta
mis corderos —le dijo Jesús. 16 Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan,
¿me amas? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. —Cuida de mis ovejas. 17 Por
tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le
dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que
le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis
ovejas —le dijo Jesús—(Juan 21:15-17)
Pedro había
negado tres veces a Jesús, y el Señor en esta conversación le hace tres
preguntas, y éste le responde en tres ocasiones y en tres ocasiones, el Señor
le encarga su misión.
Ahora, ¿por
qué Jesús repitió la pregunta tres veces? La explicación general que se da, es
que, dado que Simón Pedro había negado conocer al Señor tres veces, Él le hizo
ratificar su devoción tres veces. Sin duda, ésa fue una parte del motivo, pero creo
que había más razones.
En esta
conversación, es notorio que Jesús emplea la palabra “amar” y Pedro responde
con “querer” y en ese sentido la versión NVI es más acertada que la Reina
Valera, pues hace la distinción entre las palabras para amor (agapao) y querer
(fileo).
Observemos
que la primera pregunta del Señor a Pedro fue "¿me amas más que
éstos?" Pedro respondió: “Señor, tú sabes que te quiero".
Y aquí Simón no utilizó la palabra agapao, sino fileo. O sea que, en
realidad le dijo: "Señor, tu sabes que tengo afecto por ti, te quiero".
¿Por qué Simón Pedro no utilizó la misma palabra que el Señor usó? Porque Pedro
había pasado por un momento de quebranto profundo, ya no era el tipo orgullo y
egocéntrico que había dicho; “aunque todos te negaren, yo jamás”.
Por eso es que ahora, desde la humildad, él no puede decir que “lo ama más que
todos los discípulos”, aprendió la lección y él reconoce que su amor es
precario para su Señor y quizás él le ame menos que todos los demás. El señor
le dijo: "Apacienta mis corderos".
Consideremos
ahora la segunda pregunta del Señor a Pedro, en el versículo 16:
"Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes
que te quiero. Le dijo: Pastorea mis ovejas". Esta vez, el Señor
omitió la frase "más que éstos" pues ya notó que Pedro no estaba hablando
desde su ego, sino que le preguntó si podía decir por sí mismo que le amaba,
quizás como una manera de elevarle a un plano más alto, pero Pedro no estaba
en la posición de creerse lo que no era, estaba siendo honesto consigo mismo y
con su Señor y Pedro vuelve a responder: "Si Señor; tú sabes que te quiero, o
tengo afecto por ti". Ya no trataba de elevarse, no se atrevía a levantarse sobre los demás. Y el Señor le respondió: "Pastorea mis ovejas".
Finalmente,
consideremos la tercera pregunta del Señor a Pedro, en el versículo 17: "Simón,
hijo de Jonás, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le dijera por tercera
vez: ¿Me quieres?, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te
quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas."
Pedro, ya
no era el orgulloso de días atrás, había pasado por un profundo quebranto
interior y ahora es totalmente honesto consigo mismo y con el Señor, pues ahora
sabía que Él conocía su corazón y sabía de su afecto sincero por Él. Y el
Señor, le ratificó su llamamiento a apacentar sus ovejas.
Es maravilloso tener una doctrina correcta y
basarnos enteramente en la Biblia, pero la salvación es una relación de amor
que se vive día a día. Si usted no ama a Jesucristo, es que no existe dicha
relación, no está pegado a la Vid Verdadera. "¿Me amas?" Esta misma pregunta que
Jesús hizo a Pedro, nos la hace a nosotros hoy. ¿Qué responderemos?
LO QUE TENGO
TE DOY
En el libro
de los Hechos, encontramos nuevamente a Pedro y en la fiesta de Pentecostés,
Pedro lleno del Espíritu Santo comenzó a cumplir el llamamiento del Señor y en
esa oportunidad, predicó un sermón en que se convirtieron al menos 5000
personas. El amor de Jesús transformó al egocéntrico Pedro y en un hombre
totalmente teocéntrico y lleno del Espíritu, proclamando la grandeza de Su
Señor.
Ahora bien,
volviendo al evento de la curación del cojo, vemos que Pedro le dijo: “No
tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy, en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6)
Pedro sabía
lo que no tenía y sabía lo que sí tenía, él tenía el fruto del Espíritu que es
amor y eso lo movió a mirar por primera vez en forma distinta a ese hombre que
seguramente por años vio mendigando a la puerta del templo. En ese momento vio
a esa persona que sufría y aunque no tenía dinero, tenía algo mucho más grande
que darle, era compartir el amor de Jesús que puede sanar, pues para Él nada es
imposible. El Espíritu Santo, que exalta a Cristo, movió a Pedro a realizar un
milagro que permitió que el evangelio del reino se predicara con poder en
Jerusalén.
Esos
primeros cristianos, y lo vemos en Pedro, eran llenos del Espíritu Santo y tenían
el fruto espiritual que es el amor y eso los movía.
Conviene
que en este punto nos preguntemos como cristianos: ¿Qué nos mueve a nosotros?
Si somos
sinceros, nos daremos cuenta que muchas veces lo que nos mueve no es un genuino
amor por Jesús, a veces es la tradición, lo que siempre se ha hecho, el deber de hacer lo correcto, o lo que se espera de
nosotros, es decir, es el ego y no el Espíritu, nos guía el egoísmo y no el
amor.
El apóstol
Pedro sabía ahora lo que tenía, lo tenía claro, no era dinero, sino que tenía
el amor de Jesucristo morando en Él, y eso lo compartió con ese mendigo.
Seguramente Pedro había visto a ese hombre muchas veces pidiendo limosna a la
entrada del templo y ese día era como todos los otros, pero algo había en Pedro
que lo hizo mirarlo con compasión, como nunca antes y esa mirada de amor hizo
toda la diferencia.
El cristianismo
es transformación interior, donde el ego va muriendo y va emergiendo el amor de
Dios en nosotros que comenzamos a compartir con los necesitados. El Señor ya lo
había dicho claramente, que lo distinguiría al cristiano era el amor: 35 En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con
los otros. (Juan 13:35)
Ese
milagro, que Dios realizó por medio de Pedro, hizo que él y Juan tuvieran la
oportunidad de predicar el evangelio con mucha más autoridad y a más personas, Dios
los sacó de su zona de confort y el reino de los cielos comenzó a impactar
vidas. La manera de transformar vidas no es a través de los milagros, sino del
amor.
¿Nos mueve
el amor de Dios o nuestro egoísmo? La respuesta a esa pregunta, está al alcance
de nuestra vida, y no importando lo que estemos viviendo podemos conectarnos a
la Vid Verdadera cada día para así dar fruto abundante.
Para
finalizar, Pedro compartió lo que tenía. ¿Qué hay en su corazón y que está usted compartiendo hoy?
Resumen de una charla de Cristianos Anónimos.
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